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Poema publicado en De raíz, creaciones de mujeres del mundo


Colección Cuadernos inacabados, Editorial Horas y horas, 2003

Cada hombre

Cada hombre tiene otra tumba

grande o demasiado grande

donde entierra las vidas que ha negado.

En su cintura los ángeles discuten,

mientras cada costilla hace una apuesta,

la tumba va durmiendo la célula cansada

que se perdió callando el misterio mismo.

Baile de palacios y castillos,

de los podré mañana,

de sueños esperando su turno por la noche

para gritar en formas lo que desea el ser.

Cúpula, ábside, campanario alto

perdónenme los días que yo he muerto,

los aires que he gastado en discursos vacíos

clavando o desclavando ajenas carnes.

Fue tan simple subir por la escalera,

tan nítido el lenguaje de las hojas.

Las mujeres del aire son esas que en la muerte

la línea vertical piden con fuerza

para que nuestras vértebras la imiten

y bajen hacia túneles profundos.

Tanta piel me llevó hasta el clamor sin triángulos

donde vagan los seres jugando con espejos,

a dentelladas de formas animales,

sin alas y ataviados de la sangre más roja.

Silencio tras silencio nada trajo,

inútiles placeres, quizá, pero esa tumba

donde enterré las llamas puntiagudas,

los azules faroles,

la vida más vivida,

en una de mis muertes la descubro.

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