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Poema publicado en Amor tan fiero


Carmen de los Mártires


Qué debo hacer, decidme, para quedarme allí: en ese instante armónico, completamente vivo, empapado de savia.


Prestadme un punto y aparte para clavarlo firme en un papel, para que no permita que el futuro siga trayendo días de neblina, o de cavilación y soliloquios. Debo cercar la luz que derramaste, me urge retener las oraciones, las frases que dijimos, y la respiración (el leve comentario de tu piel). Qué coma es la adecuada para hacer esa enumeración de las virtudes que al aire derramaste.


Cómo fijar la mancha de vino, de pasión en el mantel volátil del mañana.


Cierro los ojos, siento, me detengo, no quiero ver, no miro. Marchitará el ahora-ya lo sé- hermosas siemprevivas que cogí del campo de Ahabul. Que pasen por las calles aledañas las horas, los minutos, que nadie me moleste, no iré por vuestra ruta taciturna.


Permito que un oleaje de recuerdos anegue mi cabeza. Repasa mi memoria una vez, y otra más, sin descanso, lo que pasó a la luz del mediodía: tus brazos de columna levantándome, tus dedos de cascada en mis mejillas, la gruta, el huerto, el fruto, las acequias, estancias de tu cuerpo sin cancelas.


Me dormiré despacio en el sillón azul del Palacete. Con la imaginación de mis rodillas fabricaré de nuevo aquel momento en que bebí tu miel sabor a sal. Los cedros de Bussaco custodiarán mi ruta, este viaje perpetuo a tu pelvis. Voy a ser la que he sido en tu pecho: la mujer luminosa, enraizada al amor.


Me acostaré encogida, absorta, casi muda sobre este hoy que llora por quedarse.


Del libro Dolor tan fiero, Port-Royal Ediciones, 2015

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