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Reseña en Tendencias 21

Quiero compartir la estupenda reseña de José Luis Gärtner. Ha pasado tiempo desde que se publicó pero siempre es un gusto leerla y sentirse -tan bien- destripada.

“El relámpago en la habitación”, de Marina Tapia, recrea el erotismo sagrado

La artista y poeta chilena publica en España con la Editorial Nazarí

La artista y poeta chilena Marina Tapia refleja en su poemario “El relámpago en la habitación” (Editorial Nazarí, 2013) el erotismo como algo sagrado; una celebración de la vida, una consagración de aquello que nos hace diferentes. Con un lenguaje poético a un tiempo velado y claro, Tapia consigue generar una musicalidad envolvente y construir un fantástico libro en el que el vuelo erótico no pierde ni un instante de hermosura. Por gärt.

Cuando hablamos de erotismo, sobre todo en lo referente al ámbito literario, hay una cosa segura: la controversia está servida. Cada cual tiene un concepto, más o menos original de lo que significa el erotismo y, generalmente, nadie está dispuesto a cambiar de opinión.

El erotismo no guarda una relación directa con la sexualidad, como parece dar entender nuestra cultura mediática, sino que responde a un proceso mental mediante el cual se accionan los mecanismos de la imaginación, esos mismos engranajes que hacen funcionar lo mejor del ser humano: el insofocable deseo de habitar en la piel de otro.

En ese sentido, el erotismo está indisolublemente unido al arte, pues el estímulo que despierta la imaginación y acciona el proceso erótico deberá hacerlo de una forma oblicua, nunca de manera gráfica y directa.

Lo prosaico no es erótico porque, sencillamente, no necesita de la imaginación para surtir efecto. El erotismo habita en el deseo cuando éste se disocia de la vulgaridad y aspira a un algo más que el simple placer carnal.

Algunos de nosotros, seguramente no todos, precisamos del erotismo para mantener nuestro deseo en permanente alerta.

Tal vez eso se deba a que nuestra vida sexual, sometida a la reiteración permanente, acaba por tornarse insoportablemente cotidiana. La mejor manera de asesinar el deseo es por medio del tedio.

La artista y poeta chilena Marina Tapia entroniza en su poemario El relámpago en la habitación (Editorial Nazarí, 2013) una lujuria tantas veces vilipendiada y tan pocas veces entendida como algo sagrado. Al igual que sucedía con los antiguos romanos, la lujuria debería significar una celebración de la vida, una consagración de aquello que nos hace diferentes.

Escucha,

la lujuria

es santa

no te pierdas

el goce de saberte un animal.

Pocas veces he leído un libro de poemas con esta avidez que leo y releo los sugestivos versos de Marina Tapia. Pocas veces me he sentido tan vivo, tan optimistamente humano como me siento al paladear unos poemas que hacen de mi naturaleza una obra de arte.

Puede que sea porque la poesía, la buena poesía, a diferencia de estos ripios nuestros de cada día que han sumido a la belleza en un jardín de evidencias recalcitrantes, tal vez sea, digo, porque la literatura es una anomalía.

Nunca me cansaré de repetir lo que es para mí una certeza de perogrullo: la excelencia nunca puede alcanzarse reiterando esquemas y adhiriéndose a la corriente del éxito. La categoría de brillante es una excepción dentro de las raras excepciones.

En este sentido, El relámpago en la habitación -primorosa edición prologada por Ángel Olgoso - es una excepcional muestra de lo que el genial músico Jordi Savall entendía por arte: La capacidad de emocionar por medio de la belleza. Así de sencillo y así de complejo.

Tradición y deseo

Marina Tapia ha conseguido construir un fantástico poemario donde el vuelo erótico no pierde ni un instante de hermosura.

El lenguaje poético, ajeno a la elementalidad imperante, comprometido con esa premisa de no menospreciar la inteligencia y la sensibilidad del lector, alcanza momentos de éxtasis por medio de sugestiones casi herméticas, de referencias que oscilan sibilinamente entre el simbolismo velado y las referencias carnales sin tapujos, pero siempre, siempre, elevados sobre el azul infinito de la sabiduría literaria.

El cuerpo de los amantes es un paisaje plagado de misterios que nos invita a la exploración minuciosa, a la más inesperada de las travesías.

La piel es un libro que se nos abre como las alas de una gaviota, retándonos a penetrar a través de sus poros. Nuestro deseo es una trampa, una red de asombros donde siempre nos dejaremos caer, aun a riesgo de ser atrapados por la obsesión.

Nadie te raptará de mi jardín.

Ni siquiera

la vida.

Heredera de una rica tradición poética que probablemente se inició en su Valparaíso natal, a la sombra del frondoso árbol de Neruda, o siguiendo el rastro perfumado por Huidobro, Violeta Parra y Gabriela Mistral; Marina Tapia se ha bañado en las aguas de la poesía española, eligiendo cuidadosamente los tragos que supo paladear y que brotan de las inagotables fuentes de García Lorca, Gonzalo Rojas, Valente, Rossetti o Ángel González.

En los versos de Tapia se atisba un acervo casi infinito, un universo de lecturas poco menos que insondable que, seguramente, alcanzaría su origen en la portentosa versión de Fray Luis de León del Cantar de los Cantares, o en las sutiles pinceladas de la mítica Safo, y quizá -no lo podría asegurar- habría florecido a través del refinamiento de los maestros y maestras de la poesía arabigoandalusí: Ibn Hazm, Ibn Zamrak, Hafsa Bint Al Havy Al Rakiniyya o Umm al Ala bint Yusuf Al Hiyariyya.

Tal vez no directamente, pero sí a través de la larga sombra que aquellos magos de la palabra encendida en el deseo dejaron tras de sí a lo largo de los siglos. Pues esas fuentes que manaban leche y miel, envuelven hoy la lengua y el verbo de esta poeta que hace honor a aquella afirmación inmortalizada en El collar de la paloma: "Nunca he bebido del cáliz del deseo sin que se me acrecentara la sed"

La música en la palabra

Todo este sistema de riachuelos de tinta y emoción poética que remansan a flor de piel, desemboca en este poemario rigurosamente erótico sumergido en una cadencia adormecida de suaves mareas, en una musicalidad que mece los labios del lector como aquel Pequeño vals vienés del inmortal Federico, y que "moja su cola en el mar", crepitando en el oído como la espuma evanescente de un lecho de guijarros.

Mi nombre que evocaba esas playas del sur con oleajes revueltos y fríos, mi nombre de tres sílabas, taciturno, finito...

Esta musicalidad envolvente -tan extraña hoy- hace danzar las palabras como las notas de una viola, abriéndonos los ojos a una ingravidez vertiginosa que balancea cada verso como una barca anclada sobre un arrecife de aguas cristalinas. Saborear esta afortunada anomalía que es la sicalíptica escritura de Marina Tapia, es una (rara) oportunidad para perderse en nuestra adormecida capacidad para ser sensuales.

GÄRT

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