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Presentación del libro en homenaje a Frida Kahlo


He participado en este libro tan especial con la narración "La novia que se espanta al ver la vida abierta". El título de mi relato es también el título de una obra de la pintora. Os dejo con el texto:


LA NOVIA QUE SE ESPANTA DE VER LA VIDA ABIERTA

Marina Tapia

Tanto, tanto silencio, tardes enteras encerrada en mi habitación me han llevado corriendo, casi volando por los caminos de las ensoñaciones. Desde la ventana de mi cuarto, Salamanca luce como un mundo vivaz pero inalcanzable, la catedral parece que me observa distante desde su burbuja acristalada (a la que hay que agitar para que se levanten copos de nieve) y que nunca se muestra empática ante mi aislamiento, ante mi necesidad de novedad… Es extraño cada despertar. No sé si estoy soñando todavía, si he muerto y ya soy libre, o si sigo en la tierra esperando mi turno para vivir. Todo transcurre uniforme (en un cuerpo cambiante), todo este curso viviendo aquí, no he podido distinguir los fines de semana, los festivos, las estaciones… Sin textura, sin color, sin un matiz distinto que dote de calidez y cercanía la realidad, así vienen los minutos, todos iguales, se desenrollan de su ovillo y nunca dejan una sensación de calor en la memoria. ¿Será que el esperar lo que no llega hace a los días semejantes? ¿O que quizás las monjas del internado han anulado el tictac de los relojes y no dejan entrar por el portón al juego, a la sorpresa que el mundo nos regala? El calendario de comidas, la megafonía anunciando -con regularidad inglesa- lo que debemos hacer, todo favorece esta impresión de estar atrapada en un tiempo que no avanza.

Últimamente, lo único que logra teñir la hora de la siesta de otro brillo, es dirigir la mirada a esa lámina que me regaló mi hermana y que adorna el armario que está junto a la cama. Me recreo mirándola, permito que fantasee la mente y que los sentidos despierten de su letargo. Es como si esta pintura me dijera que la voluptuosidad, la abundancia, los colores dramáticos existen, que me están esperando al final de este pasillo oscuro de mi pubertad, que hay un universo de frutas exóticas por descubrir, que la vida es una mesa rebosante. Si detengo mi pupila en las pirámides de sandía que abraza la novia del cuadro, tengo la certeza de que hallaré manjares escondidos, fragancias que aún conservan el olor del paraíso… Y vislumbro una gran familia compartiendo la mesa, sonidos de platos y cucharas, conversaciones largas, risas desconsoladamente agudas, labios que escupen las pepitas con sensualidad, y huelo el aroma del coco y de la piña madura, y me deslumbra ese brillo viscoso de una papaya abierta… Ah, embriaguez, placer de mirar los colores, los cortes, las esencias, la hechura de lo vivo. En otras ocasiones imagino que soy diminuta y que duermo sobre una barca hecha de plátanos, o que persigo un travieso aguacate que rueda por el mantel. “La novia que se espanta de ver la vida abierta”, repito una y otra vez esta frase escrita al pie de la obra, mastico, degusto su misterioso mensaje... Sí, el latido de la existencia tiene que producir espanto, sobre todo si se ha vivido sin su pulpa…

Este bodegón de Frida Kahlo me está salvando.

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