Reseña de "Marjales de interior"
Os dejo con las palabras que ha escrito el poeta Agustín Pérez Leal para la revista anual de Petrer. Es emocionante leer esta reseña tan atenta y minuciosa sobre mi último libro que pronto será publicado por la editorial Aguaclara.
LA POESÍA DE MARINA TAPIA: CICLOS CONCÉNTRICOS
La décimo-séptima edición del Premio Paco Mollá patrocinado por el Excelentísimo Ayuntamiento de Petrer se saldó, en la modalidad de poesía en castellano, con una participación de 162 libros presentados a concurso y un altísimo nivel que supuso para el jurado un trabajo delicado y cuidadoso en extremo. Me siento orgulloso de haber participado en las deliberaciones que, tras una lectura atentísima de todos los originales, se decantaron por la obra MARJALES DE INTERIOR, presentada bajo el lema GLASIR; cuya plica, una vez abierta, reveló la autoría de Marina Tapia Pérez, poeta y artista plástica nacida en Valparaíso (Chile) y residente en España desde el año 2000.
Marina Tapia ha publicado hasta la fecha dos libros de poemas: 50 Mujeres desnudas (Amargord, 2013) y El relámpago en la habitación (Nazarí, 2013) Así pues, este de Marjales de interior será, cuando lo publique próximamente la editorial Aguaclara, el tercero de su producción lírica. También cuenta Marina en su haber con diversos premios de poesía y de cuento, y ha participado con narraciones y poemas en un buen número de antologías y colecciones.
Como pintora ha participado además en exposiciones individuales y colectivas en Madrid, Cáceres, Granada y Valencia, entre otros lugares. Obra suya ha sido expuesta en lugares tan lejanos como Shangai o Lishui, en China. Ha pintado decoraciones murales en diversos restaurantes de Madrid, Alcalá de Henares y Barcelona. También se ha dedicado a la ilustración, con lo que su vinculación con el mundo del libro es doblemente creativa: como autora literaria y como ilustradora.
Es, además, titiritera en el mejor, más preciso y más noble sentido de la palabra: en 2002 creó la compañía de títeres “La Gallina Azul”, y con ella ha realizado multitud de actuaciones en Madrid, Guadalajara y Granada, entre otras ciudades.
Estamos pues ante una artista pluridisciplinar que se desenvuelve con naturalidad y soltura en medios muy diversos. En lo que se refiere a la poesía, que es lo que nos trae hoy aquí, su libro premiado MARJALES DE INTERIOR es un conjunto de poemas organizados en torno a una serie de ciclos vinculados a la experiencia humana y al paso del tiempo, y presididos por el ciclo anual de las estaciones. La autora, observando con detenimiento y de un modo activo los cambios, evoluciones y mutaciones de la naturaleza nos invita a recorrer con ella, a un mismo tiempo, los paisajes y lugares que ama (la provincia de Granada, sus montes y pueblos en primerísimo lugar; pero también los caminos que conducen a Santiago de Compostela) y el transcurso de las cuatro estaciones que llevan de una primavera a la siguiente, indicando así la pervivencia de un ciclo vital siempre a punto de renacer que recuerda, con frecuencia, las palabras de Azorín en su Castilla: “Vivir es ver volver”.
A este ciclo señero, que organiza los poemas en cuatro series, se añaden otros no menos significativos como el de las edades del ser humano o el de los momentos del día. Por ejemplo, el poema Cuatro instantes comienza así:
Aurora
Viene la claridad / así me ha dicho /contra toda carcoma /disipando la bruma /con miel de realidad para sanarnos.
A esta primera estrofa suceden otras tres tituladas Mañana, Atardecer y Noche que completan el ciclo del día y lo asocian a la vez con el anual y con el vital. De este modo, trenzando ciclos concéntricos que parten siempre de la experiencia lírica de la autora, Marina Tapia nos ofrece un conjunto de poemas de estricta organización, serenos y a la vez entusiastas, que afirman a un mismo tiempo la sucesión de todo, su acabamiento y su renacer. Este patrón compositivo, clásico y a la vez ligero, que recuerda tal vez, en algún tramo, el más famoso ciclo de conciertos de Vivaldi, tiene también la virtud de la precisión: cada poema encuentra en el conjunto un lugar exacto, una posición definida desde la que comparte motivos y espacios con los otros, trenzando de este modo una rica visión, diversa y amplia, del mundo lírico de su autora.
Otra de las claves del libro la da la cita de Mark Strand que lo preside: “El paisaje / nos ha abierto sus brazos y entregado santuarios maravillosos / a los que acudir.” Con estas palabras del poeta estadounidense nos presenta Marina lo que poco a poco, a lo largo de diversos poemas, se va a convertir en un completo “Menosprecio de corte y alabanza de aldea” contemporáneo. La ciudad es, ya desde el primer poema, el “lugar del desafecto” eliotiano: una boca de metro; un espacio “de pájaros sin vuelo”, sin “atisbo de fe”, “donde marcha la gente sin tocarse”. Y el paisaje no es tanto un fin en sí mismo como un ámbito proclive a la presencia de revelación: un compañero, confidente y testigo de la nueva vida de la autora. Por eso, más adelante, la voz de los poemas pedirá:
Ráptame tú, paisaje, llévame, apacigua mis labios (…) quiéreme tú, marjal, seré tu abrevadero, seré la que remienda cada charco.
Este deseo de retiro, apartamiento y serenidad asociados a la presencia sanadora de la naturaleza y a la calma de la vida rural lo vincula Marina a una historia de amor que se nos va desvelando a retazos, más sugerida que narrada, a través de pasajes que tiñen de emoción muchos poemas, aquí y allá, sin llegar a convertirlos en estrictos poemas de amor. Son, si se quiere, poemas de amor adelgazados, difuminados, en los que la anécdota se adelgaza hasta quedar a menudo reducida a matiz o pormenor; poemas leves en los que son muy claros la mirada oriental, el aroma del haiku:
Carta antes del viaje
Dime que ya calmó tu angustia el vuelo del gorrión en la campiña. Dime que has roto tu rigor volviéndote ese mimbre del estero. Que curaste tu arritmia en la vega. Que de nuevo sonríes. Espero tu respuesta, quiero ir.
Como verá el lector, todo se reduce a una escena en la que el amor es apenas sugerido; en la que más que dicho se convierte en delicada insinuación. Del mismo modo, centrándose en los detalles, Marina aborda la descripción de los paisajes. No hay en el libro ni amplias cordilleras ni anchos ríos. No hay mar, y el cielo es pocas veces nombrado. Los poemas que aluden al paisaje o lo toman por tema o por motivo, que son muchos, recurren siempre a lo más pequeño, logrando de este modo una poderosa sensación de cercanía con el mundo natural: libélulas, flores, pájaros, bayas, árboles aislados tienen un protagonismo que, en ocasiones, tiñe con notas de humor la empatía de la autora:
Matiné
Bajo el telón etéreo de los juncos, vestidos de colores irisados, salen a escena, prestos, uno a uno: los patos. Qué danza más perfecta sobre el agua. Tan llena de donaire. Casi aplaudo.
De idéntico modo, para la voz que habla en estos versos lo pequeño, lo que suele pasar inadvertido, es siempre síntoma del conjunto; y porta en su humildad el significado de lo grande: un beso es cifra del amor como un gorrión lo es del campo, un mimbre del estero o un tejado del pueblo. De ahí que, también, para esta escritora nacida en Valparaíso de Chile y habitante de la gran ciudad, encontrar un lugar en el mundo donde echar raíces se convierta en anidar:
Razón para anidar
Si llegué a esta planicie si una fría ciudad no detuvo mi fuga si Nínive viajaba en mi pupila si me parezco ahora a su paisaje y encima de las piedras equilibro el aire en la viveza ha sido por tu beso suavísimo ovalado perfecto como el fruto del olivo.
El amor, un amor avistado primero en sus compases iniciales y luego celebrado en su plenitud real, es cantado con imágenes de suave carga erótica que remiten al “Cántico espiritual” de San Juan de la Cruz o al bíblico “Cantar de los cantares” en las que de un modo recurrente habitan la voz de la persona amada y la música primordial del lenguaje:
Viven en mí cincuenta concubinas, recreas un enjambre y todo es miel, es lengua, es el lenguaje que retoza (…)
“Te nombro y te poseo con mi voz”, llega a decir la autora en el último verso de uno de estos poemas. Se cumple así el último de los bucles del libro: el que enlaza en un ciclo final lo vivido con lo cantado; la realidad experimentada con la verdad escrita, o hablada, y hecha lenguaje, y con el lenguaje conmemoración y renacimiento.
El estilo de Marina, de tono clásico y verso armónico que no renuncia a la síncopa, a la ausencia de puntuación, a la disposición caprichosa y al encabalgamiento sorpresivo, va manando con serenidad casi machadiana en un constante festín de hallazgos, de precisión y de alegrías para la imaginación y para el oído. No hay en este libro poemas de alarde sino de precisión, de exactitud, en los que a menudo importa tanto lo que se dice como lo que falta y está apenas sugerido. Marina sabe que las cosas hay que abandonarlas en su justo punto y permitir que vuelen por sí mismas antes de asfixiarlas con un exceso de amor, atenciones o dedicación. Por eso, con sabia intuición, deja en el poema hilos sueltos y grietas para dejarlo respirar; para que el misterio que contiene no se ahogue y siga palpitando, vivo, hasta llegar al lector:
La calle
No es señorial no existe señorío. Es una hilera larga de naranjos que ampara la pobreza. Es paro y cesantía en casas encaladas. Es aire de festejo sin festín.
Marina Tapia, atenta a lo que sucede en el mundo real, es capaz de transformarlo en voz poética para mostrárnoslo así de un modo nuevo, terso y vivo, En su libro hay ternura, amor, delicadeza y una enorme compasión; esto es: pasión compartida, pasión acompañada que tiñe de empatía todo lo que toca y nos muestra una realidad que creíamos conocer con unos ojos y una nitidez que parecen, pese a lo clásico de los recursos empleados, de una sorprendente y valiosa novedad.
Agustín Pérez Leal