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Presentación en Granada


En la sala Val del Omar de la Biblioteca de Andalucía, dentro del ciclo Letras Capitales, se presentó el día 9 de abril mi poemario Marjales de interior. Estuve muy arropada por el escritor Ángel Olgoso, que deleitó a los presentes con la lectura de su impagable prólogo; por el poeta Pedro Enríquez, que me presentó a modo de entrevista; por el músico Miguel Ángel Alegre, que ya me acompañó en Poesía en el Jardín; por mi hermana Gloria Tapia (Image Ailin) en la distancia, que me cedió una serie de sus fotografías que fueron proyectadas; y por las amigas escritoras Carmina Moreno, Josefina Martos Peregrín, Alicia Ruiz, Elvira Cámara, Mª Ángeles Barrionuevo e Isabel Martos, que leyeron cada una un poema del libro. No olvidaré esa tarde tan especial en que bautizamos, en la ciudad que lo vio nacer, nuestra criatura. Gracias a todos los que me acompañasteis a pesar de ser lunes y de que el acto coincidía con otros eventos culturales.

Os dejo con el prólogo antes citado de Ángel que hizo las delicias del público.



A veces, no muy a menudo, una voz venida de América sacude los cansados huesos de nuestras letras, vivificándolos. Marina Tapia es una de ellas: una creadora genuina, uno de esos inspirados autores que nos dan viejas palabras en permutaciones nuevas, que saben captar la multiplicidad de un instante, que nos acercan al misterio de existir, que vivifican nuestros sentidos y convierten el barro del momento en el oro del lenguaje. Paso a paso, cincelando con elegancia un estilo distintivo, acercándose a la esencialidad, nuestra poeta chilena, nuestra poeta granadina, ya ha llegado a su territorio, ya ha encontrado su lugar, y ahora está fundando su propia y bondadosa mitología, levantando los hitos, los edificios, los puentes, los parques que son expresión única de su espíritu, que la identifican y por los que se la recordará. Sus versos contienen esquirlas de belleza y profundidad, de temblor e intuición, de tranquilo genio. Su lectura produce una impresión palpitante y a la vez sedante. Marina Tapia busca que el vértigo y la complejidad no residan sólo en la forma; intenta, con pocas pinceladas, ir un poco más allá y hacerlo sin estridencias. La poeta se va definiendo a partir del espacio que ocupa en cada momento, del espacio que recuerda, añora o desea. Todo ello cosido con la hebra del tiempo. Más que una fusión con la naturaleza, su obra parece un ritual de purificación que a veces se vale de la sencillez y a veces de la experiencia abisal. Más que con coordenadas geográficas, su poesía tiene que ver con las huellas, la mente, los sonidos, los olores, la piel, las sensaciones. Y el resultado la va acercando a la dulzura, a la densa levedad, a la sabiduría de los clásicos.


Sus otros tres libros -fruto lógico del fermento vital, del destilado de intereses- tienen terminales, ramificaciones que, detalle a detalle, matiz a matiz, mediante una sabia dosificación de imágenes, intentan componer la verdad orgánica de Marina Tapia con absoluta delicadeza. Tres libros que nacen de la sedimentación de hallazgos y revelaciones, de recuerdos que vibran y sentimientos que nacen o cambian, de efímeros momentos de claridad e intensos momentos de desesperación, de plenitud y levedad. Tres libros descendientes directos de su capacidad de observación y de su velocísima imaginación. Tres libros aislados de ese soplo chejoviano del curso incesante y abrumador de las cosas intrascendentes, pues persiguen un nuevo sentido, se centran en una perspectiva concreta, tienen distintos epicentros: el puzle femenino, el grito social y plástico de 50 mujeres desnudas; la hoguera íntima de El relámpago en la habitación, donde alcanzó el más difícil todavía -una obra a la vez sólidamente literaria y hondamente erótica-, donde abrió una ruta lúbrica para navegar y descubrir hermosos e íntimos paisajes y palacios de gozo sin par, donde cedió a la embriaguez de los cuerpos, a esa exaltación presente en el Cantar de los Cantares, donde tomó el control esa pequeña bestia dulce y amarga, como definió Safo a Eros; la lupa caleidoscópica y mágica sobre la flora del mundo de Jardín imposible, una botánica fantástica, un libro matérico con aire de fábula que da cuenta sensual del esplendor de las figuraciones vegetales, de las metamorfosis entre especies, de los híbridos fabulosos de la imaginación.


Ahora, con este Marjales de interior, ha compuesto una oración a la totalidad, escrita como quien oye un pájaro. Este poemario melancólico, en el que prima la sobriedad sentimental y el sosiego virgiliano, en el que la poesía es una poesía de ojos abiertos, de amor profundo por la modesta hermosura de la tierra, recordará al lector que el paisaje, el exterior, no es más que un medio para retratar el interior, el espíritu. Su mezcla de inocencia y de refinamiento produce una sensación de delicia, trae por momentos a la mente la estilizada atmósfera y la lírica volandera del haiku, comunica un límpido efecto, nos evoca el concepto chino Mei, que habla de todo lo que siendo seductor e incitante posee al mismo tiempo la belleza de la suavidad y la añoranza.


Marina Tapia demuestra conocer a fondo los predios y el alma de Granada (quizá porque lo escribió durante su año de estancia en Fuente Vaqueros, propiciando una especie de regreso a su infancia en Valparaíso) y así el libro deviene en un acercamiento a las cuatro estaciones desde el punto de vista emocional: la primavera es una mirada hacia el amor, hacia el florecer; el verano, hacia lo expansivo, los viajes a diferentes parajes; el otoño, una celebración del mundo de los sentidos y los colores; el invierno, recogimiento, dolor, soledad.


Esa apuesta por la esencia de las palabras, ese encaminarse hacia la depuración extrema, nos deja en este volumen estampas sobre el misterio de la existencia, sobre el tiempo, que cuajan en pensamientos a los que la poeta enmarca y da profundidad para después convertirse en alguien transparente, hasta formar una unidad con sus versos. Quiebros sintácticos, el ritmo luminoso de una letanía, la imagen poderosa y casi táctil, una mirada de algún modo más elemental, como si se posara sobre universos minúsculos y al mismo tiempo inmensos, como si transformara el paisaje en destino: Marina Tapia es capaz de devolverle a la escritura la turbación y la gracia, de detectar en las palabras el delicado hechizo del cosmos y la fragancia de las sensaciones.


Sus estampas de paisaje apuntan en voz baja a una trascendencia, a una penetración espiritual de lo sencillo (como fray Luis de Granada) y de los goces humildes (como Neruda en sus Odas elementales). Hay en general en todos los poemas de su nuevo libro algo de los trascendentalistas americanos (del Emerson del Ensayo sobre la naturaleza y del Thoreau de Walden), en la sensibilidad romántica con que se acerca al campo, vinculada a los ritmos de las estaciones, a las cosechas, a las migraciones de las aves.


Si la creatividad es un intento alquímico de transmutar la vida, con sus placeres y sus sufrimientos, en belleza, Marina Tapia, atenta a la percepción del presente sin dejar de acentuar las resonancias del pasado, consigue que los asombros líricos parezcan sencillos, próximos, accesibles. Con economía de lenguaje y tonos contemplativos, va labrando el marjal pacientemente y llenándolo de sutilezas y gráciles engastes; lleva los versos hasta su punto de luz, ya no late el deseo de forma borboteadora como en El relámpago en la habitación, ahora las visiones hablan del sereno gozo que procura la comunión con la naturaleza. Pero también, a la iluminación del mundo sensible la acompañan en ocasiones los anhelos y pesares del alma, la compasión y la redención, y entonces (según la época del año que dibuja) su poesía se tizna tenuemente de alegría o del intangible cosquilleo de la luz, se tiñe con la herrumbre de la tristeza, se nimba con un ascético, con un fúnebre y gélido encanto. Este libro, como los buenos libros, contiene todo el rango de emociones: servido inmejorablemente por la oportuna división en cuatro grupos, se abre a un abanico de sensaciones sobre un fondo melancólico. Absolutamente prodigioso, por ejemplo, el poema Carmen de los Mártires, lleno de esencias exquisitas, de imágenes luminosas y apasionadas, casi místicas, una obra de arte desgarradora sobre la impermanencia de las cosas, la refinada descripción de una lucha en pos de recobrar el instante perdido.


Parece como si nuestra poeta, al ir haciendo más depurada e incorpórea la expresión, fuera no sólo a la conquista de la pureza sino del mismo aire, de la consistencia del aire, del espacio tal y como lo atrapó maravillosamente Velázquez en sus cuadros.


Tengo fe en que el formidable talento de Marina Tapia, en que el prodigio de su querencia poética, en que la fina pero poderosa argamasa de sus versos fraguará entre las almas sensibles de hoy y del porvenir.

Mª Ángeles Barrionuevo

Isabel Martos

Carmina Moreno

Josefina Martos Peregrín

Alicia Ruiz

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